ROY DÁVATOC

DE "LAS CARICIAS DE UN ORATE"



I
Soy maldito y subterráneo con esa bendita mujer; con aquella que acuna el tiempo en sus hombros y en sus cabellos; hoy voy a decir que la amo y no la quiero; le diré a rienda suelta; que mantendremos caliente los campos; que cortaremos esa ira hirviente. Hoy tendré tiempo para desplumarme; para ser una paloma asesina que le roba el aliento al mes de Enero. Hoy seré el mismo hombre miserable que la ama tanto; el mismo que huye y se inclina por su perdón, a tal punto, de volverse peregrino como el humo de este último cigarro que me devoro.

II
Soy salvaje como esos pájaros que veo desplomarse por las noches; como esas aves que vuelan sin destino a la eternidad; soy aquel que se desvanece y gira sobre su carne; sobre sus manos sosegadas. Soy el ingrato trozo de masa que la hace sangrar aún después del parto; soy el mismo pecador que sobrevive por su amor y su rechazo. El tiempo pasa y lo veo en su frente; el sol se ha anunciado sin piedad; se está anunciando sobre mí también; por eso, bendita mujer, déjame huir como el ladrón que ha saqueado a su pueblo.



Título: Ciberandinos en busca de iluminación
Autor: Orlando Arias Morales
Técnica: Oleo sobre lienzo
Dimensión: 114 x 146 cms.



III
Tengo el aliento amargo como el de mujer abandonada y siento que he roto mis tiempos, sus tiempos, nuestros tiempos; aquellos que no volverán como las aves en invierno. Tengo también los ojos cansados, las manos cansadas, el alma cansada de tanta lucha no necesaria; tengo en mi frente la huella de sus besos; de esos labios que me dieron vida; tengo los secretos de su pecho que me alimentó hasta morir de vida. Tengo dispuestos los minutos para entenderle, amada madre; para rendirme a sus pies; para acrisolar sus rodillas por el dolor que he causado. Tengo a estas hora apunto de fallecer, mi alma pulcra buscando su perdón.


IV
Con los pies descalzos soy el rufián que tomó de su pan; soy el mismo que clava sus manos con puntas calientes para castigarle al tiempo; ese abismo que no se detiene y nos mancilla. Quisiera dejar las guerras internas antes del amanecer; caminar sobre sus pasos y recorrer su mundo, ser como tú, bendita mujer; luz que brilla en la oscuridad; fuerza de cien mil hombres y de corazón valiente; luz que se dispara sobre mi pecho, amor madre, amor mujer, amor madre otra vez; déjame que la muerte se destroce en mis brazos para recibir tu perdón al compás de la lluvia.


V

Mi madre es aquel árbol que anhelo ser, el de los buenos frutos y buena sombra; mi madre tiene los pasos enfermos sobre los caminos graves, la luz del cielo y del sol, tiene las restos y los rastros que algún día heredaré. Mi madre es el rojo umbral directo al corazón, es el latido del mundo y de mi mano que pide perdón para alimentar este mundo.

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